Ñîâðåìåííàÿ ýëåêòðîííàÿ áèáëèîòåêà ModernLib.Net

Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 4)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      Descendieron en espiral hasta una pista de aterrizaje junto a la entrada sur de la cúpula, frente a un estacionamiento lleno de vehículos. Vorob'yev hizo un gesto para que se retirara el auto de superficie.
      — No tenemos escolta, milord? — dijo Miles, con dudas, mirando cómo se iba la gente de la embajada mientras cambiaba de una mano a otra la larga caja de madera de abeto pulida.
      Vorob'yev meneó la cabeza.
      — De seguridad, no. Sólo el emperador cetagandano puede urdir un asesinato dentro del Jardín Celestial y si él quisiera eliminarle, lord Vorkosigan, ni un regimiento de guardaespaldas lograría sacarlo de ahí con vida.
      Unos hombres altos de la Guardia Imperial Cetagandana, enfundados en uniforme formal, los llevaron hacia la puerta cerrada de la cúpula y los desviaron hacia una serie de plataformas flotantes dispuestas como autos abiertos, con asientos de seda blanca, el color del duelo imperial en Cetaganda. Cada uno de los grupos de las embajadas se ubicó en uno de los vehículos junto a sirvientes de la más alta jerarquía, vestidos de blanco y gris. Aunque, a pesar de su aspecto, tal vez no eran sirvientes. Las plataformas, programadas automáticamente para seguir una ruta predeterminada, arrancaron a paso tranquilo a unos diez centímetros del suelo, sobre senderos pavimentados de jade blanco que se bifurcaban en un jardín vasto poblado de arbustos de distintas especies. Aquí y allá, Miles vislumbraba los techos de los pabellones esparcidos por el parque, asomando por detrás de los árboles, como espiándolos. Todos los edificios eran bajos y privados, excepto algunas torres muy elaboradas que surgían en el centro del círculo mágico, a casi tres kilómetros de distancia. Aunque en el exterior el sol de la primavera de Eta Ceta brillaba con fuerza, el clima dentro de la cúpula estaba programado para simular una humedad gris, nubosa, apropiada para el luto, un cielo que prometía lluvia y que sin duda se negaría a cumplir su promesa.
      Finalmente flotaron hacia un extenso pabellón al oeste de las torres centrales, donde otro sirviente se inclinó cuando bajaron de la plataforma y los condujo hacia el interior, junto con otra docena de delegaciones. Miles miró a su alrededor, tratando de identificarlas.
      Los marilacanos, sí, ahí estaba la cabeza plateada de Bernaux, alguna gente vestida de verde que tal vez procedía de Jackson, una delegación de Aslund, que incluía al jefe de Estado — hasta tenían dos guardias, aunque desarmados los embajadores betaneses ataviados con casacas de brocado púrpura sobre negro y sarong del mismo color, todos presentes en honor de una mujer muerta que nunca los habría recibido cara a cara cuando estaba con vida. Surrealista era una palabra suave en estas circunstancias. Miles sentía que había cruzado la frontera hacia el País de las Maravillas y que cuando emergiera, apenas unas horas más tarde, habrían pasado cien años en el exterior. La galaxia entera tuvo que detenerse en el umbral para dejar pasar a la escolta del gobernador hautlord de una satrapía. Miles reconoció la pintura formal que le cubría la cara, anaranjada, verde, con líneas blancas.
      La decoración interior era de una sobriedad sorprendente — de buen gusto, supuso Miles— y se basaba en motivos orgánicos: arreglos de flores frescas y plantas y pequeñas fuentes, como para llevar el jardín al interior. Los salones estaban silenciosos, sin ecos, y sin embargo la voz se difundía fácilmente: el lugar tenía una acústica extraordinaria. Circularon más sirvientes del palacio ofreciendo comida y bebida.
      Un par de esferas color perla pasaron lentamente por el otro extremo del salón y Miles parpadeó mirando a las hautladies por primera vez. Mirándolas… o algo parecido.
      Cuando no estaban en sus habitaciones privadas, las hautmujeres se escondían detrás de escudos de fuerza personales, que en general utilizaban la energía de sillas-flotantes, según le habían dicho. Los escudos cambiaban de color según el humor o el capricho de sus dueñas, pero en ese día todos estarían teñidos de blanco. La hautlady disfrutaba de una excelente visión pero nadie veía lo que había tras el escudo. Nadie podía tocarlas ni penetrar la barrera con bloqueadores, plasma, fuego de destructor nervioso, armas de proyectiles o explosiones menores. Desde luego, la pantalla también impedía disparar hacia el exterior, pero al parecer este detalle no preocupaba a las hautladies. El escudo podía cortarse en dos con una lanza de implosión gravitatoria, suponía Miles, pero las armas de implosión, siempre voluminosas debido a los equipos de energía, que pesaban varios cientos de kilos, eran estrictamente de campo, nunca de mano.
      Dentro de las burbujas, las hautmujeres podían estar vestidas de cualquier forma. Hacían trampa alguna vez? Se ponían cualquier pingajo y zapatillas cómodas aunque la ocasión fuera muy formal? Iban desnudas a las fiestas del Jardín? Quién podía decirlo?
      Se acercó un hombre alto, mayor, con el traje blanco que se reservaba a los haut y ghemlores. Tenía los rasgos austeros, la piel casi transparente, con arrugas muy finas. Tenía que ser el equivalente cetagandano de un mayordomo imperial, aunque con un título mucho más rimbombante: después de recoger las credenciales de manos de Vorob'yev, les dio instrucciones exactas sobre el lugar y los tiempos de procesión. La actitud del hombre revelaba sus prejuicios: por ejemplo, la seguridad de que si repetía las instrucciones en tono firme y las exponía con tranquilidad y sencillez, habría alguna posibilidad de que la ceremonia no quedara interrumpida por faltas o errores graves debidos a la extrema torpeza de los bárbaros extranjeros.
      El hombre miró la caja pulida con la nariz aguileña.
      — Este es su regalo, lord Vorkosigan?
      Miles consiguió destrabar la caja y abrirla sin que se le cayera. En el interior, en un nido de terciopelo negro, había una antigua espada niquelada.
      — El emperador Gregor Vorbarra ha elegido este regalo de su colección privada para honrar a su emperatriz. Es la espada que llevó su antepasado Dorca Vorbarra el justo en la Primera Guerra Cetagandana. — Una de las muchas espadas de Dorca Vorbarra… pero no hacía falta entrar en detalles-. Un artefacto histórico de valor incalculable e irreemplazable. Aquí está la documentación que acredita sus orígenes e historia.
      — Ah. — Las cejas blancas y pobladas del mayordomo se alzaron en un gesto inconsciente. Tomó el paquete, sellado con la marca personal de Gregor, con mucho más respeto-. Por favor, exprese el agradecimiento de mi amo imperial al suyo. — Les dirigió una leve inclinación y se retiró.
      — ¡Bueno, bueno! Eso sí que funcionó — dijo Vorob'yev con satisfacción.
      — Más vale que funcione, diablos — gruñó Miles-. Estos cetagandanos me rompen el corazón. — Le entregó la caja a Iván para que la llevara un rato.
      Aparentemente, seguía sin pasar nada… retrasos en la organización, supuso Miles. Se alejó de Iván y Vorob'yev en busca de un trago caliente. Estaba a punto de coger algo que emitía vapor y que, según esperaba, no produciría efectos demasiado sedantes. Justo cuando extendía la mano hacia una bandeja que, pasaba, una voz tranquila entonó junto a él:
      — Lord Vorkosigan?
      Miles se volvió y casi dejó escapar un suspiro. Un… una… mujer… no, un hombre… de baja estatura y rasgos andróginos y ancianos. Estaba de pie a su lado, ataviado con la ropa gris y blanca del personal de servicio de Xanadú. Tenía la cabeza calva como un huevo y era completamente lampiño. Ni siquiera tenía cejas.
      — Sí… señor… señora?
      — Ba — dijo aquella persona, en el tono de quien corrige con amabilidad el error de un ignorante-. Una dama desea hablar con usted. Me acompañaría, por favor?
      — Ah… claro, claro.
      Su guía empezó a caminar sin hacer ruido y él siguió sus pasos, alerta. Una dama? Con suerte, sería Mia Maz de la delegación vervani, que seguramente estaba en medio de esa multitud de mil personas. Miles sentía que estaba desarrollando algunas preguntas urgentes para Mía. Sin cejas? Yo esperaba un contacto, sí, pero… en este lugar?
      Salieron del vestíbulo. Cuando perdió de vista a Vorob'yev e Iván, Miles se puso aún más nervioso. Siguió a su guía, que se deslizó por una serie de corredores y atravesó un jardín lleno de musgo y pequeñas flores cubiertas de rocío. Los ruidos del vestíbulo de recepción llegaban todavía hasta ellos en el aire húmedo. Entraron en un pequeño edificio, abierto hacia el jardín a los dos lados, con un suelo de madera negra que hacía sonar las botas de Miles con el ritmo irregular que correspondía a su cojera. En un rincón oscuro del pabellón flotaba una esfera color perla del tamaño de una persona, quieta, unos pocos centímetros por encima del suelo encerado que reflejaba el halo invertido de la luz interior del aparato.
      — Déjanos solos — dijo una voz desde el interior de la esfera y Miles vio que su guía se inclinaba y se retiraba con los ojos bajos. La transmisión de la voz a través de la pantalla de fuerza le daba un timbre plano, monótono.
      El silencio se prolongó. Tal vez la mujer de la burbuja nunca había visto a nadie tan imperfecto físicamente hablando. Miles se inclinó y esperó, tratando de parecer tranquilo y cómodo, en lugar de impresionado y sacudido por una curiosidad impresionante.
      — Bueno, lord Vorkosigan — dijo la voz otra vez-. Aquí estoy.
      — S… sí, cierto — dudó Miles-. Y quién es usted, milady, aparte de una hermosísima pompa de jabón?
      Hubo una pausa más larga.
      — Soy la haut Rian Degtiar. Sirvo a la Señora Celestial y soy Doncella del Criadero Estrella.
      Otro rimbombante hautítulo que no daba muchas pistas sobre las funciones de quien lo llevaba. Miles era capaz de nombrar a cada uno de los ghemlores. del generalato de Cetaganda, a todos los gobernadores de satrapías y sus ghemoficiales, pero ese hautítulo era nuevo para él. Lo que sí conocía era el nombre de la Señora Celestial, una manera cortés de llamar a la emperatriz muerta haut Lisbet Degtiar…
      — Es usted pariente de la fallecida emperatriz viuda, milady?
      — Soy su constelación genómica, sí. Nos separan tres generaciones. La he servido la mitad de mi vida.
      Una dama de compañía, sí. De la corte de la vieja emperatriz, la corte personal, el más cerrado de los mundos interiores. Un rango muy alto. Probablemente también era muy anciana.
      — Alí… no estará usted emparentada con un ghemlord llamado Yenaro, por casualidad?
      — Quién? — Incluso a través de la pantalla de fuerza, la voz transmitía una ignorancia y una sorpresa completas.
      — No tiene importancia. Es obvio que no tiene importancia. — Las piernas de Miles empezaban a latirle intensamente. Cuando tuviera que sacarse las botas sería más difícil que cuando se las había puesto. No pude evitar mirar a su… criada, la dama que la sirve. Hay mucha gente sin pelo por aquí?
      — No es una mujer. Es ba.
      — Ba?
      — Los neutrales, los altos sirvientes del emperador. En la época de su Padre Celestial, estaba de moda que fuesen sin vello… así.
      Ah. Ingeniería genética: criados sin sexo. Había oído rumores sobre ellos: paradójicamente, eran rumores sobre historias sexuales más relacionadas con las esperanzas y fantasías del narrador que con una realidad probable. Pero se suponía que eran una raza totalmente fiel al lord que los había creado. Creado… literalmente.
      — Entonces, todos los ba carecen de pelo, pero no todas las personas lampiñas son ba. Es así?
      — Sí… — Más silencio-. Por qué ha venido al jardín Celestial, lord Vorkosigan?
      La ceja de Miles se torció un poco.
      — Para representar el honor de Barrayar en este cir… ehmmm… acto solemne y para traer un regalo de despedida a la fallecida emperatriz. Soy un enviado. Vengo por orden del emperador Gregor Vorbarra, a quien sirvo. A mi manera… insignificante, claro.
      Otra pausa. Larga.
      — Usted se burla de mí en mi desgracia.
      — Qué?
      — Qué quiere usted, lord Vorkosigan?
      — Cómo dice? Usted me ha mandado llamar, milady, no le parece que la pregunta no viene al caso? — Miles se frotó el cuello, y lo intentó de nuevo-. Puedo ayudarla de alguna forma…? Es eso lo que usted quiere oír?
      — Ayudarme? Usted?
      A Miles le ofendió el tono sorprendido, casi indignado.
      — ¡Sí, yo, yo! No soy tan… — incompetente como parezco-.En mi planeta soy famoso por haber conseguido alguna que otra cosita… Pero si usted no me da alguna pista del tema en cuestión, no puedo hacer nada. Puedo intentar ayudarle, pero no si no entiendo… Comprende? — Ahora se había confundido todo-. Mire, por qué no empezamos de nuevo esta conversación? — Se inclinó hasta el suelo-. Buenos días, soy lord Miles Vorkosigan de Barrayar. En qué puedo ayudarle, milady?
      — ¡Ladrón!
      Por fin se hacía la luz.
      — Ah… Ah, no. Me llamo Vorkosigan y le aseguro que no soy ningún ladrón, señora. Más bien puede considerarme receptor de propiedad robada y por lo tanto, en todo caso, un perista… — aceptó en tono juicioso.
      Más silencio sorprendido. Tal vez ella no conocía la jerga criminal. Miles siguió hablando con algo parecido a la desesperación:
      — Por casualidad ha perdido usted un objeto? En forma de cilindro? Un aparato electrónico con la imagen de un ave en la tapa?
      — ¡Usted lo tiene! — La voz de ella era un quejido de desesperación.
      — Bueno, no lo he traído conmigo, claro.
      La voz bajó hasta hacerse gutural, desesperada.
      — Todavía lo tiene. Tiene que devolvérmelo.
      — Será un placer, si me demuestra que es suyo. No puedo afirmar que sea mío, porque sería mentir — agregó enseguida.
      — Y usted me lo devolvería… a cambio de nada?
      — Por el honor de mi nombre y… yo soy de SegImp. Sería capaz de casi cualquier cosa a cambio de información. Si usted satisface mi curiosidad, podemos hacer un trato.
      La voz de ella le llegó en un susurro incrédulo, lleno de terror.
      — Quiere usted decir que no… no sabe lo que es?
      El silencio se extendió durante tanto tiempo que él tuvo miedo de que la vieja dama se hubiera desmayado ahí dentro. La música de la procesión llegó hasta los dos desde el gran pabellón.
      — Ay, mi… ah… Está empezando ese maldito desfile y se supone que debo estar presente… Milady, cómo me pongo en contacto con usted?
      — No puede hacer eso. — La voz de ella le llegó ahogada, sin aliento-. Yo también tengo que irme. Enviaré a alguien a buscarlo. — La burbuja blanca se elevó y empezó a alejarse, flotando.
      — Dónde? Cuándo…? — La música les llegaba cada vez más fuerte.
      — ¡No diga nada de todo esto!
      Miles consiguió hacer una reverencia rápida a lo que tal vez era la espalda de la dama que se alejaba por el jardín y empezó a cojear lo más rápido que pudo. Tuvo la horrible sensación de que todo el mundo se enteraría de que llegaba tarde.
      Cuando consiguió llegar a la recepción por senderos zigzagueantes, la escena se desarrollaba tan mal como había imaginado. Una hilera de personas avanzaba hacia la entrada principal y los edificios en torre. Vorob'yev, en el lugar que correspondía a la delegación de Barrayar, arrastraba los pies, creando una grieta evidente en la fila y mirando a su alrededor con apremio. Apenas vio a Miles movió los labios sin pronunciar las palabras: ¡Date prisa, diablos!Miles cojeó con más rapidez y le pareció que todos los ojos de la habitación se posaban sobre él.
      Ivan, con una expresión indignada, le entregó la caja en cuanto lo vio en el lugar correspondiente.
      — Dónde diablos has estado todo este tiempo? En el baño? Te busqué ahí…
      — Shhh… Luego te lo cuento. Tuve la cita más extra…
      Miles luchó con la pesada caja de madera y la colocó en la posición correcta para la ceremonia de presentación de regalos. Avanzó a través de un patio con losas de jade y finalmente alcanzó a la delegación que tenían por delante justo cuando llegaban a la puerta de uno de los edificios con torres altas. Todos entraron en una rotonda llena de ecos. Miles vio algunas burbujas blancas más adelante, en la procesión, pero no podía saber si alguna de ellas era su anciana hautlady. La coreografía del evento exigía que todos avanzaran en un círculo lento alrededor del féretro, se arrodillaran y dejaran sus regalos formando una espiral en orden de edad/estatus/poder; después, tenían que salir por las puertas opuestas hacia el Pabellón del Norte (para los hautlores y los ghemlores) o el Pabellón del Este (para los embajadores de la galaxia) donde se serviría un almuerzo fúnebre.
      De pronto, la procesión se detuvo y empezó a amontonarse en el umbral de arcos anchos. Desde la rotonda, adelante, en lugar de música tranquila y pasos callados empezó a surgir un rumor de conversaciones. Las voces se elevaron en sorpresa aguda, luego otras voces emitieron órdenes tajantes.
      — Qué pasa? — se preguntó Iván, estirando el cuello-. Se ha desmayado alguien o qué?
      Como Miles no alcanzaba a ver por encima de los hombros del hombre que tenía adelante, no podía contestar a esa pregunta. Con una sacudida, la fila empezó a caminar de nuevo y llegó a la rotonda, pero luego se desvió hacia una puerta. Un ghemcomandante estaba de pie en la intersección, dirigiendo el tránsito con instrucciones en voz baja, instrucciones que repetía una y otra vez:
      — Por favor, conserven sus regalos y sigan hacia el camino exterior y el Pabellón del Este; por favor, conserven sus presentes y sigan directamente hacia el Pabellón del Este; volveremos a empezar enseguida; por favor…
      En el centro de la rotonda, por encima de las cabezas de la multitud, estaba el gran catafalco de la emperatriz viuda. Los ojos de los extranjeros no tenían derecho a mirarla ni siquiera muerta. Su féretro estaba rodeado por una burbuja de campo de fuerza translúcida; lo único que se veía era una vaga silueta femenina, como a través de una gasa: un fantasma intangible, dormido, envuelto en blanco. Había un grupo de ghemguardias de distinto rango de pie en una línea que iba desde la pared al catafalco. Daba la impresión de que estaban ocultando algo a la multitud que pasaba.
      Miles no podía permitirlo. Después de todo, no me pueden asesinar aquí delante de todos, verdad?Arrojó la caja a Ivan y se agachó bajo el codo del ghemoficial que trataba de orientarlos hacia la puerta de la izquierda. Con una sonrisa de compromiso, las manos abiertas y levantadas, se deslizó entre dos de los guardias, que claramente no esperaban un movimiento tan irrespetuoso y trasgresor.
      Al otro lado del féretro, en el lugar reservado para el primer regalo del hautlord de estatus más elevado, había un cadáver. Tenía una herida en el cuello. Una gran cantidad de sangre roja y líquida formaba círculos y lagunas sobre el suelo brillante de malaquita verde, humedeciendo el uniforme gris y blanco de criado de palacio. La mano derecha de… del ser aferraba con firmeza un cuchillo enjoyado y afilado. Y sí, era un ser distinto, neutro, ni femenino ni masculino, a pesar de su forma de hombre anciano pero no frágil… A pesar de que ahora no tenía pelo, Miles reconoció al intruso del vehivaina. Le pareció que el corazón se le detenía en el pecho.
      Alguien acaba de subir las apuestas en este jueguecito.
      El ghemoficial de mayor rango de la habitación estaba girando a su alrededor. A pesar de que el maquillaje facial convertía la expresión de ese hombre en una máscara, tenía la sonrisa dura, la mirada de quien se ve obligado a mostrarse amable con una persona a quien preferiría aporrear contra el suelo.
      — Lord Vorkosigan, podría usted volver a su puesto, por favor?
      — Sí, claro, claro… Quién era ese pobre tipo?
      El ghemcomandante lo azuzó hacia la fila de delegados con movimientos de cabeza — no era tonto y, por supuesto, no lo tocó— y Miles se dejó guiar en la dirección correcta. Agradecido, airado y ruborizado, el hombre estaba tan confundido que le contestó sin darse cuenta:
      — Es Ba Lura, del más alto rango de servidores de la Señora Celestial. La sirvió durante más de sesenta años… Por lo visto quiso seguirla y servirla también en la muerte. Un gesto desmesurado, falto de tacto… hacerlo aquí…— El ghemcomandante llevó a Miles cerca de la línea de delegados, detenida otra vez, como para que el largo brazo de Ivan lo alcanzara y lo empujara hacia la línea y la puerta con un puño firme en la mitad de la espalda.
      — Qué diablos está pasando aquí? — siseó con la cabeza inclinada hacia Miles, desde atrás.
       Y dónde estaba usted cuando ocurrió el asesinato, lord Vorkosigan?Excepto que no parecía un asesinato, realmente parecía un suicidio. Un suicidio algo tosco. Y cometido hacía menos de treinta minutos. Calculó que se había producido mientras él hablaba con la misteriosa burbuja blanca, que tal vez era haut Rian Degtiar, o tal vez no. Cómo podía saberlo desde fuera? El corredor parecía dar vueltas ante sus ojos, pero Miles supuso que eran sólo imaginaciones suyas.
      — No debería usted haberse salido de la fila, milord — lo reprendió Vorob'yev con severidad-. Ah… ha descubierto algo?
      Miles empezó a sonreírse, pero se contuvo.
      — Uno de los sirvientes de la fallecida emperatriz viuda, un ba, se acaba de degollar a los pies del féretro. No sé si entre los cetagandanos son habituales este tipo de sacrificios humanos. No me refiero a nada oficial, por supuesto…
      Los labios de Vorob'yev se curvaron en un silbido silencioso, luego esbozó una sonrisa instantánea que desapareció enseguida.
      — Qué embarazosopara ellos… — ronroneó-. Van a tener que esforzarse bastante para salvar estaceremonia del desastre. Interesante…
      Sí. Y si esa criatura era tan fiel, por qué decidió hacer algo tan embarazoso para sus amos? Sin duda sabía que iba a ser todo un problema… Venganza póstuma? Sin duda es la manera más segura de vengarse en el caso de los cetagandanos… eso tengo que admitirlo.
      Para cuando finalizó la interminable caminata alrededor de las torres centrales hasta el Pabellón del Este, las piernas de Miles lo estaban matando. En un vestíbulo enorme, los cientos de delegados de la galaxia se acomodaron ante varias mesas, guiados por un ejército de servidores, que se movía un poquito más rápido de lo que hubiera exigido la dignidad más correcta. Como algunos de los presentes funerarios que traían los otros delegados eran todavía más grandes que la caja de madera de alerce de Barrayar, el proceso de sentarse se prolongó y fue mucho más incómodo y difícil que lo esperado. Hubo mucha gente que se puso de pie de nuevo para volver a acomodarse, lo cual evidentemente desesperaba a los servidores. En algún lugar de las entrañas más profundas del edificio, Miles se imaginó a un escuadrón de cocineros sudorosos de Cetaganda con la boca llena de insultos coloridos y obscenos en su propio idioma.
      Miles vio a la delegación vervani bastante más lejos, en otra mesa. Aprovechó la confusión para alejarse de la silla asignada, dar vuelta alrededor de varias mesas y tratar de hablar con Mia Maz.
      Se puso de pie a su lado y sonrió, nervioso:
      — Buenas tardes, milady Maz. Tengo que hablar…
      — ¡Lord Vorkosigan! Traté de ponerme en contacto con usted… — Redujeron al mínimo los saludos.
      — Usted primero. — Se acercó para oírla mejor.
      — Traté de llamarlo a la embajada, pero usted ya había salido. Qué diablos pasó en esa rotonda? Lo sabe usted? Que los cetagandanos alteren una ceremonia de esta magnitud en plena… Inaudito.
      — No tuvieron más remedio. Bueno, supongo que podían haber ignorado el cadáver y seguir dando vueltas alrededor del muerto. Personalmente, opino que hubiera sido mucho más impresionante, pero evidentemente decidieron limpiar primero. — Miles repitió lo que ya empezaba a calificar como «versión oficial» del suicidio de Ba Lura. Todos los que alcanzaban a oír sus palabras prestaban la máxima atención. Y bueno, los rumores se difundirían muy pronto, no dependía de él detenerlos después de todo-. Tuvo usted éxito en la búsqueda que le encargué anoche? — siguió diciendo Miles-. Yo… no creo que éste sea el lugar, ni el momento para discutirlo, pero…
      — Sí. Y sí — dijo Maz.
      Ni siquiera en una transmisión de holovideo en un canal de este planeta, pensó Miles.Aunque juren que es un canal seguro.
       — Podría usted venir a la embajada de Barrayar? A tomar… un té, o algo… Cuando terminemos aquí.
      — Creo que eso sería muy apropiado — asintió Maz. Le dirigió una intensa mirada llena de curiosidad.
      — Necesito que me dé clases de etiqueta — agregó Miles, pensando en los vecinos curiosos.
      Los ojos de Maz brillaron con algo que tal vez era un gesto de diversión contenida.
      — Eso me han dicho, milord — murmuró.
      — Quién…? — Se ahogó él sin terminar la pregunta. Vo rob'yev, me temo-.Adiós — terminó diciendo para no meter la pata, palmeó la mesa con alegría y retrocedió de vuelta a su lugar.
      Vorob'yev observó cómo se sentaba con una peligrosa mirada que sugería la intención de apretarle las clavijas a su joven e inquieto enviado, pero no hizo ningún comentario en voz alta.
      Para cuando los invitados lograron deglutir unos veinte platos de pequeñas delicias, que compensaban en número lo que les faltaba en cantidad, los cetagandanos se habían reorganizado. Por lo visto el mayordomo de los hautlores era uno de esos comandantes cuya eficiencia aumenta cuando están en retirada, porque consiguió que todo el mundo marchara en perfecto orden de importancia aunque la fila avanzaba en dirección contraria a la original. Uno tenía la sensación de que el mayordomo también acabaría suicidándose — en el lugar correcto y con la ceremonia correspondiente, por supuesto, no con la irresponsabilidad que había demostrado Ba Lura.
      Miles colocó la caja de madera de alerce sobre el suelo de malaquita en la segunda vuelta de la creciente espiral de regalos, a un metro de distancia de donde Ba Lura había entregado su vida en un arroyo de sangre. El suelo pulido, perfecto, sin una marca, ni siquiera mostraba restos de humedad. Habrían tenido tiempo de hacer un rastreo forense los de Seguridad cetagandana antes de limpiar? O más bien alguien había llevado a cabo una rápida destrucción de pruebas más sutiles? Mierda, ojalá me encargara del caso.
      Al otro lado del Pabellón del Este esperaban las plataformas flotantes blancas que llevarían a los emisarios a las puertas del Jardín Celestial. La ceremonia no había sufrido ni una hora de retraso, pero el sentido del tiempo de Miles se había alterado desde que sintió que Xanadú era el País de las Maravillas. Le parecía que dentro de la cúpula habían pasado más de cien años, aunque en el mundo exterior sólo hubiera transcurrido una mañana de primavera. Hizo una mueca de dolor cuando la luz brillante de la tarde lo deslumbró. El conductor sargento de Vorob'yev condujo el vehículo de superficie de la embajada hasta el punto de encuentro. Miles se dejó caer en el asiento, agradecido.
      Creo que cuando volvamos a casa, tendré que cortar esta mierda de botas para sacármelas.

4

      — Tira — dijo Miles y apretó los dientes.
      Ivan tomó la bota por el talón y la caña, apoyó la rodilla contra el costado de la cama de Miles y dio un tirón dubitativo.
      — ¡Auuu!
      Ivan se detuvo.
      — Te duele?
      — Sí, vamos, vamos, sigue, mierda.
      Ivan miró el departamento personal de Miles.
      — Tal vez deberías ir otra vez a la enfermería de la embajada.
      — Después. No quiero que ese matasanos haga una disección de mis botas. Tira.
      Ivan reanudó sus esfuerzos y finalmente la bota cedió. La estudió un segundo entre las manos y sonrió lentamente.
      — Sabes que no vas a poder sacarte la otra sin mi ayuda… — observó.
      — Y qué?
      — Quiero algo a cambio.
      — Qué andas tramando?
      — Como te conozco bien, supuse que te divertirías tanto como Vorob'yev con la idea de que hubiera un cadáver de más en la cámara del funeral, pero cuando volviste ponías una cara como sí hubieras visto el fantasma de tu abuelo.
      — Ba Lura se cortó el cuello. Era un asco.
      — Vamos, Miles, has visto cadáveres en peor estado.
      Ah, sí. Miles miró la bota que seguía en su puesto, sintió latir la pierna en el interior y se imaginó cojeando por el corredor de la embajada en busca de un criado. No. Suspiró.
      — En peor estado sí, pero no creo que haya visto uno más raro. A ti te habría pasado lo mismo. A Ba Lura lo conocimos ayer, tú y yo. Te enfrentaste a él en el vehivaina.
      Ivan echó un vistazo al cajón de la comuconsola, escondite del cilindro misterioso, y dejó escapar una maldición.
      — Bueno, eso aclara las cosas. Tenemos que informar de todo a Vorob'yev.
      — Si es que era ese ba — se apresuró a decir Miles-. Por lo que sé, los cetagandanos clonan a sus sirvientes y el que vimos ayer podría ser su gemelo a algo así.
      Ivan dudó.
      — Tú crees?
      — No lo sé, pero se me ocurre dónde averiguarlo. Déjame hacer una cosa más antes de pasar la bandera, eh? Le pedí a Mia Maz, la vervani, que viniera a verme. Si esperas un poco… te dejo quedarte en la reunión.
      Ivan consideró el soborno.
      — ¡Bota! — exigió Miles mientras su primo seguía pensando.
      Con la mente en otra cosa, Ivan le ayudó a sacársela.
      — De acuerdo — accedió por fin-, pero después de hablar con ella, informaremos a SegImp.
      — Ivan yo soy SegImp — ladró Miles-. Tres años de entrenamiento y experiencia de campo, recuerdas? Hazme el favor de considerar la posibilidad de que tal vez, sólo tal vez, sepa lo que estoy haciendo… — Ojalá lo supiera, mierda.La intuición no era sino el procesamiento inconsciente de pistas subliminales, estaba bastante seguro de eso, pero lo siento en los huesosera una defensa pública bastante débil para sus actos. Cómo se puede saber algo antes de saberlo?-.Dame una oportunidad.

  • Ñòðàíèöû:
    1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20