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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 12)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Todo lo contrario. El único ingreso que tengo es mi medio salario de almirante. No puedo permitirme el lujo de rechazar un alojamiento gratuito.
      Un movimiento entre las nubes atrapó la atención de Cordelia.
      — ¿Qué ocurre con esa aeronave ligera? — murmuró casi para sí misma.
      La manchita creció, sacudiéndose de forma extraña. Echaba humo. Se balanceó sobre el lago, directo hacia ellos.
      — Dios, me pregunto si estará llena de bombas.
      — ¿Qué? — preguntaron al unísono Aral y Piotr, y se acercaron rápidamente a la ventana, Aral a su derecha y Piotr a su izquierda.
      — Tiene insignias de Seguridad Imperial — observó Aral.
      Los viejos ojos de Piotr se esforzaron por divisarlas.
      —¿Sí?
      Mentalmente, Cordelia planeó una carrera por el pasillo hasta la puerta trasera. Había una pequeña zanja al otro lado de la calzada, y si se tendían boca abajo en el interior tal vez… Pero la aeronave disminuyó la velocidad y aterrizó bamboleante en el jardín delantero. Con cautela, los hombres de librea y de uniforme verde se acercaron a ella. La máquina había sufrido graves desperfectos: un agujero producido por una descarga de plasma, manchas negras de hollín, abolladuras… era un milagro que hubiese logrado volar.
      — ¿Quién…? — dijo Aral.
      Piotr forzó la vista hasta que divisó al piloto bajo la cubierta rota.
      — Por Dios, ¡es Negri!
      — ¿Pero quién es el que…? ¡Vamos! — gritó Aral, corriendo hacia la puerta. Los dos lo siguieron rápidamente hasta el jardín.
      Los guardias tuvieron que forzar la cubierta con una palanca. Negri cayó en sus brazos. Lo tendieron sobre el césped. Tenía una grotesca quemadura sobre el lado izquierdo del torso y el muslo. Su uniforme verde se había fundido y chamuscado revelando burbujas blancas y ensangrentadas de carne deshecha. Negri temblaba de forma incontrolable.
      La pequeña figura asegurada al asiento de pasajeros era el emperador Gregor. El niño de cinco años lloraba aterrorizado, no en voz alta, sino con sollozos contenidos. A Cordelia le pareció siniestro que alguien tan joven mostrase semejante control. Ella hubiese gritado. Sentía deseos de chillar. Gregor vestía ropas corrientes, una camisa suave y pantalones azul oscuro. Le faltaba un zapato. Un guardia de Seguridad Imperial le desabrochó el cinturón y lo sacó de la aeronave. El niño miró a Negri completamente horrorizado y confundido.
      ¿ Creías que los adultos eran indestructibles, pequeño?, preguntó Cordelia en silencio.
      Kou y Drou se materializaron de sus respectivos refugios en la casa, y quedaron paralizados junto con los demás guardias. Gregor alcanzó a ver a Droushnakovi y corrió hacia ella como una flecha, aferrándola por la falda.
      — ¡Droushie, ayúdame! — Entonces su llanto se intensificó. Ella lo abrazó y lo levantó.
      Aral se hincó junto al jefe de Seguridad Imperial.
      — ¿Qué ocurrió, Negri?
      Negri se aferró a su chaqueta con la mano derecha.
      — Están intentando un golpe en la capital. Sus tropas tomaron Seguridad Imperial, tomaron el centro de comunicaciones… ¿por qué no respondían aquí? El cuartel general está rodeado, infiltrado… Se combate en la Residencia Imperial. Nosotros estábamos tras él… pensábamos arrestarlo… pero actuó demasiado pronto. Creo que tiene a Kareen…
      — ¿Quién, Negri, quién? — preguntó Piotr.
      — Vordarian.
      Aral asintió con expresión sombría.
      — Sí…
      — Llévese… al niño — susurró Negri -. Pronto llegará aquí… — Los temblores se transformaron en convulsiones, los ojos se le pusieron en blanco y empezó a jadear. De pronto volvió a mirarlo fijamente.
      — Dígale a Ezar… — Las convulsiones volvieron a sacudir su cuerpo. De pronto se detuvieron. Ya no respiraba.

11

      — Señor — dijo Koudelka a Vorkosigan -, la consola de seguridad ha sido saboteada. — A su lado, el jefe de guardia asintió con un gesto -. Precisamente venía a decírselo.
      Koudelka observó con temor el cuerpo de Negri, tendido en el césped. A su lado había dos hombres de Seguridad Imperial, aplicando frenéticamente los primeros auxilios: masajes cardíacos, oxígeno e inyecciones. Pero el cuerpo permanecía inerte y el rostro cerúleo. Cordelia había visto antes la muerte, y reconocía los síntomas.
      No servirá de nada, amigos. No podrán hacerle regresar. Esta vez no. Se ha ido a entregar su mensaje a E zar en persona. El último informe de Negri…
      — ¿Cómo se realizó el sabotaje? — preguntó Vorkosigan -. ¿Había un dispositivo temporal o fue inmediato?
      — Al parecer fue hecho al instante — informó el jefe de la guardia -. No hay señales de un temporizador. Simplemente, alguien la abrió y la destrozó por dentro.
      Todos los ojos se volvieron hacia el hombre de Seguridad Imperial que montaba guardia en la puerta de la habitación donde estaba la consola. Vestido como casi todos los demás con su uniforme negro de fajina, él se encontraba desarmado entre dos de sus compañeros. Habían seguido a su comandante cuando se inició el alboroto en el jardín delantero. El rostro del prisionero estaba casi tan gris como el de Negri, pero se encontraba animado por una expresión aterrada.
      — ¿Y? — dijo Vorkosigan al jefe de guardia. — El niega haberlo hecho — respondió el comandante, encogiéndose de hombros -. Como cabía esperar.
      Vorkosigan miró al arrestado. — ¿Quién entró después de mí? El guardia miró a su alrededor con desesperación. De pronto señaló a Droushnakovi, quien aún tenía a Gregor en brazos. — Ella.
      — ¡No es cierto! — exclamó Drou con indignación, y sujetó al niño con más fuerza. Vorkosigan apretó los dientes. — Bueno, no necesito pentotal para saber quién de los dos está mintiendo. Y ahora no disponemos de tiempo. Comandante, arreste a los dos. Más tarde nos ocuparemos del asunto. — Los ojos de Vorkosigan escudriñaron el horizonte con ansiedad -. Usted — dijo, señalando a otro hombre de Seguridad Imperial -, reúna todos los aparatos de transporte que encuentre. Evacuaremos el lugar de inmediato. Usted — continuó, volviéndose hacia un hombre de Piotr -, vaya a poner sobre aviso a los habitantes de la aldea. Kou, coja todos los archivos y un arco de plasma, y termine de destruir esa consola. Luego regrese conmigo.
      Con una mirada angustiada a Droushnakovi, Koudelka regresó a la casa. Drou permaneció paralizada, confundida, furiosa y asustada, con la falda agitada por el gélido viento. Miraba a Vorkosigan con el ceño fruncido. Apenas si notó la partida de Koudelka.
      — ¿Irás a Hassadar primero? — preguntó Piotr a su hijo en un extraño tono afectuoso.
      — Sí.
      Hassadar, la capital del Distrito Vorkosigan. Allí había acuarteladas tropas imperiales. ¿Sería una guarnición leal?
      — Confío en que no planearás defenderla — le dijo Piotr.
      — Por supuesto que no — respondió Vorkosigan con una sonrisa de lobo -. Hassadar será mi primer obsequio al comodoro Vordarian.
      Piotr asintió con un gesto, satisfecho. A Cordelia la cabeza le daba vueltas. A pesar de lo de Negri, ni Piotr ni Aral parecían atemorizados. No desperdiciaban ni un movimiento, ni una palabra.
      — Tú — dijo Aral a Piotr en voz baja -, llévate al niño. — El conde asintió con la cabeza -. Reúnete con nosotros… no. Ni siquiera me digas dónde. Ponte en contacto.
      — De acuerdo.
      — Llévate a Cordelia.
      Piotr abrió la boca y volvió a cerrarla.
      — Ah — dijo solamente.
      — Y al sargento Bothari, para que cuide a Cordelia. De momento… Drou se encuentra fuera de servicio.
      — Entonces me llevaré a Esterhazy — dijo Piotr.
      — Quiero al resto de tus hombres.
      — De acuerdo. — Piotr llamó a su asistente Esterhazy y le habló en voz baja. El hombre partió a toda prisa colina arriba. Los hombres se dispersaban en todas direcciones, como si las órdenes se hubiesen ido reproduciendo a través de la cadena de mando. Piotr llamó a otro criado de librea, y le pidió que cogiese su vehículo terrestre y comenzase a conducir hacia el oeste.
      — ¿Hasta dónde, señor?
      — Hasta donde lo lleve su ingenio. Entonces escape
      si puede y vuelva a reunirse con el lord regente, ¿de
      acuerdo?
      El hombre asintió con la cabeza y se marchó a toda
      prisa, como Esterhazy.
      — Sargento, usted obedecerá a la señora Vorkosigan como si las órdenes se las diera yo en persona — le dijo Aral a Bothari.
      — Como siempre, señor.
      — Quiero esa aeronave. — Piotr señaló el vehículo de Negri, que aunque ya no echaba humo, no parecía muy seguro a los ojos de Cordelia. Sin duda no era lo mejor para emprender una huida desesperada, eludiendo a cualquier enemigo que pudiese presentarse…
      Está casi en tan buen estado para esto como yo,
      pensó.
      — Y a Negri — continuó Piotr.
      — Él lo apreciaría — dijo Aral.
      — Estoy seguro de ello. — Piotr se volvió hacia el equipo de primeros auxilios -. Dejadlo, muchachos, ya no sirve de nada. — Entonces les pidió que cargasen el cuerpo en la aeronave.
      Al fin, Aral se volvió hacia Cordelia.
      — Querida capitana… — Desde que Negri cayó de la aeronave, Vorkosigan mostraba la misma expresión fija en el rostro.
      — Aral, ¿esto ha sido una sorpresa para alguien más aparte de mí?
      — No quería preocuparte con ello, cuando estabas tan enferma. — Apretó los labios un momento -. Descubrimos que Vordarian estaba conspirando, en el cuartel general y en todas partes. Sin duda la investigación de Illyan fue muy inspirada. Aunque supongo que los principales jefes de Seguridad deben de tener este tipo de intuiciones. Pero para denunciar a un hombre con el poder y las relaciones de Vordarian, necesitábamos pruebas contundentes. El Consejo de Condes, como cuerpo, no mira con buenos ojos que el Imperio interfiera con alguno de sus miembros. No podíamos presentarnos ante ellos con una simple sospecha de complot. Pero anoche Negri me llamó diciendo que al fin había encontrado una prueba, y que ésta era lo bastante decisiva para ponernos en movimiento. Necesitaba que yo emitiese una orden imperial para arrestar a un conde gobernante de un distrito. Se suponía que esta noche yo viajaría a Vorbarr Sultana para supervisar la operación. Evidentemente, Vordarian fue advertido. No tenía planeado dar el golpe antes de un mes, preferiblemente después de consumado mi asesinato.
      — Pero…
      — Ahora ve. — La empujó hacia la aeronave -. Las tropas de Vordarian llegarán en cuestión de minutos. Debes irte. No importa lo que tenga bajo su poder, no podrá estar seguro mientras Gregor siga libre.
      — Aral… — Su voz sonó como un chillido estúpido; Cordelia tragó saliva para aclararse la garganta helada. Quería formular mil preguntas, expresar diez mil protestas -. Cuídate.
      — Tú también. — Una última luz brilló en sus ojos, pero Vorkosigan ya mostraba un rostro distante, sumido en el ritmo interno de los cálculos tácticos. No había tiempo.
      Aral cogió a Gregor de los brazos de Drou y susurró algo al oído de la joven; de mala gana, ella se lo entregó. Entonces se apiñaron en la aeronave. Bothari estaba ante los controles y Cordelia viajaba en la parte trasera, junto al cadáver de Negri, con Gregor en el regazo. El niño estaba muy silencioso, pero temblaba sin cesar. Sus ojos la miraban abiertos de par en par, asustados. Los brazos de Cordelia lo rodearon automáticamente. Él no la rechazó pero se rodeó el torso con sus propios brazos. Meciéndose con los movimientos del vehículo, Negri ya no le temía a nada, y ella lo envidiaba.
      — ¿Sabes qué le pasó a tu madre, Gregor? — le murmuró Cordelia.
      — Los soldados se la llevaron. — Su voz sonó suave e inexpresiva.
      La aeronave sobrecargada se elevó a trompicones y comenzó a avanzar a pocos metros del suelo, ruidosa como una matraca. Cordelia se volvió para observar — ¿por última vez? — a Aral a través de la cubierta deformada. Él había dado media vuelta hacia la calzada donde sus soldados estaban reuniendo una heterogénea colección de vehículos, privados y oficiales.
      ¿Por qué nosotros no nos vamos en uno de ésos? — Cuando haya superado el segundo cerro, sargento, vire a la derecha — le indicó Piotr a Bothari -. Siga el arroyo.
      Las ramas golpeaban contra la cubierta, ya que Bothari volaba a menos de un metro sobre el agua y las rocas puntiagudas.
      — Aterrice en ese pequeño espacio y corte la energía — le ordenó Piotr -. Dejad cualquier objeto cargado de energía que llevéis. — Él se deshizo de su cronómetro y de un intercomunicador. Cordelia extrajo un cronómetro.
      Posando la aeronave junto al arroyo bajo unos árboles importados de la Tierra, Bothari preguntó: — ¿Eso incluye las armas, señor? — Sobre todo las armas, sargento. La carga de un aturdidor brilla como una antorcha en el explorador. La célula energética de un arco de plasma aparece como una maldita hoguera.
      Bothari extrajo cuatro armas de su traje, además de otros artículos útiles: un tractor de mano, el intercomunicador, el cronómetro y un pequeño aparato de diagnóstico médico.
      — ¿El cuchillo también, señor? — ¿Es vibratorio?
      — No, sólo de acero.
      — Consérvelo. — Piotr se inclinó sobre los controles de la aeronave y comenzó a reprogramar el piloto automático -. Todos fuera. Sargento, abra la cubierta a la mitad.
      Bothari logró cumplir la orden introduciendo una piedra en la ranura por donde se deslizaba la cubierta, y se volvió al oír un ruido entre los árboles.
      — Soy yo — dijo la voz jadeante de Esterhazy. Con sus cuarenta años, éste era un jovenzuelo comparado con otros de los canosos veteranos de Piotr, y solía mantenerse en muy buena forma; debía haberse apresurado mucho para estar tan cansado -. Ya los tengo, señor.
      Se refería a cuatro de los caballos de Piotr, atados entre ellos mediante cuerdas unidas a la barra metálica de la boca, objeto que los barrayareses llamaban «frenos». A Cordelia le parecía que por tratarse de un transporte tan grande, el sistema de control era bastante limitado. Las grandes bestias se movían inquietas y sacudían las tintineantes cabezas, con los ollares rojos y redondos. En medio de la vegetación, sus figuras parecían imponentes.
      Piotr terminó de reprogramar el piloto automático.
      — Venga Bothari -dijo. Juntos, volvieron a colocar el cuerpo de Negri en el asiento del piloto y le aseguraron el cinturón. Bothari activó la energía y saltó al suelo. La aeronave se elevó por el aire, estuvo a punto de chocar contra un árbol, y regresó en dirección al cerro. Mientras la miraba elevarse, Piotr murmuró -: Salúdalo en mi nombre, Negri.
      — ¿Adonde lo envía? — preguntó Cordelia. ¿ A Valhalla?
      — Al fondo del lago — dijo Piotr con cierta satisfacción -. Eso los confundirá.
      — ¿No lograrán rastrearla? ¿Sacarla de allí?
      — Sí, claro. Pero la he programado para que descienda en la zona donde hay doscientos metros de profundidad. Les llevará tiempo. Y al principio no sabrán cuándo cayó, ni cuántos cuerpos había en el interior. Tendrán que registrar todo el fondo del lago para asegurarse de que Gregor no se encuentra allí. Además, la evidencia negativa nunca es concluyente. Ni siquiera entonces estarán seguros. A montar, tropa, debemos ponernos en marcha. — Se dirigió con paso firme hacia sus animales.
      Cordelia lo siguió, desconfiada. Caballos. ¿Había que considerarlos esclavos, simbiontes o compañeros de mesa? El que Esterhazy le señaló medía un metro sesenta a la altura del lomo. El hombre le colocó las riendas en la mano y se alejó. La montura se encontraba a la altura de su mentón… ¿se suponía que debía levitar hasta allá arriba? A esa distancia el caballo parecía mucho más grande que cuando pastaba a lo lejos. La piel parda del lomo se estremeció.
      Oh Dios, me han dado uno defectuoso. Esta sufriendo convulsiones. Un pequeño gemido escapó de sus labios.
      De alguna manera, Bothari había logrado subirse al suyo. Al menos él no tenía que preocuparse por el tamaño del animal. Considerando su altura, hacía que la bestia pareciese un pequeño poní. Criado en la ciudad, Bothari no era ningún jinete, y resultaba de lo más desmañado a pesar de que Piotr lo había sometido a varios meses de entrenamiento desde que estaba a su servicio. Pero había que admitir que sabía controlar la montura, por más torpes e irregulares que fuesen sus movimientos.
      — Usted irá delante, sargento — indicó Piotr -. Quiero que nos alejemos mutuamente lo máximo posible sin perdernos de vista. Nada de amontonarse. Ascienda por los senderos de las rocas planas (usted ya conoce el lugar) y espérenos.
      Bothari tiró de las riendas y pateó los flancos del caballo. Entonces comenzó a subir por el sendero al paso llamado medio galope.
      El supuestamente decrépito Piotr subió sobre su montura con un ágil movimiento. Esterhazy le alcanzó a Gregor, y el conde lo sentó frente a él. El niño parecía haberse animado ante la presencia de los animales, aunque Cordelia no podía imaginar por qué. Piotr no pareció hacer nada en absoluto, pero su caballo se colocó en posición de subir por el sendero.
      Telepatía, decidió Cordelia, desesperada. Mediante mutaciones han llegado a convertirse en telépatas, y nadie me lo había advertido. O tal vez fuese el caballo el telepático.
      — Vamos, mujer, ahora tú — dijo Piotr con impaciencia.
      Angustiada, Cordelia colocó el pie en lo que llamaban «estribo», se. aferró a la montura y trató de elevarse. La montura se deslizó lentamente por el lomo del caballo y Cordelia con ella, hasta que quedó colgada bajo las patas del animal. Cayó al suelo pesadamente, y se arrastró entre el bosque de miembros equinos. El caballo movió el cuello y la miró con mucha más paciencia que la que ella sentía, y, entonces, bajó la cabeza para mordisquear las malezas.
      — Oh, Dios — gimió Piotr, exasperado.
      Esterhazy desmontó y se acercó a ella para ayudarla.
      — Señora, ¿se encuentra bien? Lo siento mucho, ha sido culpa mía. Debí revisarla. Eh… ¿es la primera vez que monta a caballo?
      — Sí — le confesó Cordelia. Él retiró la montura rápidamente, la enderezó y la ajustó con más firmeza -. Tal vez pueda caminar. O correr. — O cortarme las venas, Aral, ¿por qué me has enviado con estos dementes?
      — No es tan difícil, señora — le aseguró Esterhazy -. Su caballo seguirá a los demás. Rose es la yegua más mansa de las caballerizas. ¿No tiene un rostro dulce?
      Los malévolos ojos color café con pupilas moradas ignoraron a Cordelia.
      — No puedo. — Por primera vez en ese día execrable, su garganta se cerró en un sollozo.
      Piotr rniró al cielo y luego se volvió hacia ella.
      — Inútil niña betanesa — le gruñó -. No me vengas con que nunca has montado a horcajadas. — Descubrió los dientes en una sonrisa -. Imagina que se trata de mi hijo.
      — Venga, déme su rodilla — dijo Esterhazy uniendo las manos, después de dirigirle una mirada ansiosa al conde.
      Puedes quedarte con toda la maldita pierna. Cordelia temblaba de ira y de miedo. Miró a Piotr con furia y volvió a aferrarse de la montura. De algún modo, Esterhazy logró levantarla. Ella se aferró como a la muerte, y después de echar un vistazo decidió no mirar abajo.
      Esterhazy entregó sus riendas a Piotr, quien las atrapó en el aire y comenzó a remolcar su caballo. El sendero se convirtió en un caleidoscopio de árboles, rocas, lodazales y ramas que la golpeaban al pasar. Cordelia sintió que comenzaba a dolerle el vientre, y que la cicatriz le tiraba.
      Si se produce otra hemorragia interna… Siguieron andando, más y más.
      Al fin abandonaron el medio galope para comenzar a ir al paso. Ella parpadeó. Tenía el rostro ruborizado y se sentía mareada. De algún modo, habían subido hasta un claro desde donde se veía el lago, rodeando la amplia ensenada que se extendía a la izquierda de la propiedad Vorkosigan. A medida que se fue aclarando su visión, Cordelia distinguió la pequeña mancha verde que constituía el jardín de la vieja casa. Al otro lado del agua se encontraba la diminuta aldea.
      Bothari les esperaba más adelante, oculto entre los matorrales, con el caballo atado a un árbol. Al verlos llegar se acercó a ellos y miró a Cordelia con preocupación. Ella se dejó caer en sus brazos.
      — Avanza demasiado rápido para ella, señor. Todavía está delicada.
      Piotr emitió un bufido.
      — Estará mucho peor si nos encuentran los hombres de Vordarian.
      — Me las arreglaré — dijo Cordelia, inclinada hacia delante -. En un minuto. Sólo… necesito… un minuto. — A medida que descendía el sol otoñal, la brisa soplaba cada vez más fría sobre su piel. El cielo estaba encapotado y parecía casi sólido. Poco a poco, Cordelia se fue enderezando a pesar del dolor abdominal. Esterhazy llegó al claro tras ellos, a un paso más lento.
      Bothari movió la cabeza en dirección a la casa distante.
      — Allí están.
      Piotr y Cordelia se volvieron. Un par de aeronaves aterrizaban en el jardín. No pertenecían a las fuerzas de Aral. Los hombres emergieron de ellas como hormigas negras en sus uniformes de faena, salpicados con uno o dos vestidos de rojo y dorado, y algunos con el uniforme verde de oficial.
      Bravo. Fantástico. Nuestros amigos y nuestros enemigos visten los mismos uniformes. ¿Qué debemos hacer? ¿Dispararles a todos y dejar que Dios los identifique?
      Piotr mostraba una expresión amarga. ¿Arrasarían toda su casa y la dejarían hecha una ruina buscando a los refugiados?
      — Cuando cuenten los caballos que faltan, ¿no averiguarán cómo nos hemos marchado y dónde estamos? — preguntó Cordelia.
      — Los dejé salir a todos, señora — explicó Esterhazy -. De ese modo al menos tendrán la posibilidad de salvarse. No sé cuántos lograremos recuperar.
      — Me temo que la mayoría no irá muy lejos — dijo Piotr -. Estarán esperando la comida. Quisiera que se alejaran lo más posible. Dios sabe qué serán capaces de inventar esos vándalos, al ver que no encuentran nada más.
      Un trío de aeronaves estaba aterrizando en el perímetro de la pequeña aldea. Los hombres armados que desembarcaron de ellas se desvanecieron entre las casas. — Espero que Zai los haya podido advertir a tiempo — murmuró Esterhazy.
      — ¿Por qué querrían molestar a esas pobres personas? — preguntó Cordelia -. ¿Qué buscan ahí?
      — A nosotros, señora — dijo Esterhazy con preocupación. Al ver su mirada confundida continuó -: A nosotros, los hombres de armas. A nuestras familias. A cualquiera que puedan llevarse como rehén.
      Esterhazy tenía una esposa y dos hijos en la capital, recordó Cordelia. ¿Qué les habría ocurrido? ¿Alguien los habría puesto sobre aviso? Esterhazy parecía estar preguntándose lo mismo.
      — Vordarian se llevará a todos los rehenes que pueda, sin duda — asintió Piotr -. Ahora ya estará metido en esto. Debe triunfar o morir.
      Bothari tenía la vista perdida a lo lejos y movía levemente la mandíbula. ¿Habría recordado alguien avisar a la señora Hysopi?
      — Pronto comenzarán la búsqueda por aire — observó Piotr -. Es hora de ponernos a cubierto. Yo iré primero. Sargento, condúzcala a ella.
      Piotr viró su caballo y se desvaneció entre las malezas, siguiendo un sendero tan poco marcado que Cordelia nunca lo hubiese reconocido como tal. Esta vez fueron necesarios Bothari y Esterhazy para volverla a subir sobre su montura. Piotr decidió entonces marchar al paso, no por consideración a ella, sospechó Cordelia, sino a sus sudorosos animales. Después de ese odioso galope, ir al paso fue casi un alivio. Al menos al principio.
      Cabalgaron entre árboles y matorrales, a lo largo de una hondonada y cruzando un arroyo, con los cascos de los caballos raspando sobre la piedra. Cordelia se esforzó por escuchar el zumbido de las aeronaves sobre su cabeza. Cuando se acercó una, Bothari la condujo por una empinada cuesta que acababa en una hondonada, donde desmontaron y se ocultaron bajo un peñasco durante varios minutos, hasta que el sonido se alejó. Volver a subir de la hondonada fue aún más difícil, ya que debieron conducir a los caballos por la pronunciada cuesta sembrada de malezas.
      Cayó la noche; el frío y el viento se hicieron más intensos. Dos horas se convirtieron en tres, cuatro, cinco, y la penumbra se transformó en noche cerrada. Entonces marcharon todos juntos, tratando de no perder de vista a Piotr. Luego comenzó a llover, una llovizna negra y triste que volvió aún más resbaladiza la montura de Cordelia.
      Alrededor de la medianoche llegaron a un claro, y por fin Piotr ordenó un descanso. Cordelia se sentó apoyada contra un árbol, aturdida por la fatiga, con los nervios deshechos, abrazando a Gregor.
      Bothari dividió una ración de comida que llevaba en el bolsillo y la repartió entre Cordelia y el niño. Envuelto en la chaqueta del sargento, al fin Gregor logró vencer un poco el frío y quedarse dormido. A Cordelia se le acalambraron las piernas por su peso, pero al menos la abrigaba un poco.
      ¿Dónde estaría Aral ahora? ¿Y dónde estaban ellos? Cordelia esperaba que Piotr lo supiese. No podían haber recorrido más de cinco kilómetros en una hora, con todas esas subidas y bajadas, idas y vueltas. ¿De verdad creía Piotr que lograrían eludir a sus perseguidores de ese modo?
      El conde, quien había permanecido sentado bajo su propio árbol a unos metros de ella, se levantó para orinar entre las malezas y luego se acercó al grupo.
      — ¿Está dormido? — preguntó mirando al niño en la penumbra.
      — Sí. Es sorprendente.
      — Hum. La juventud. — Piotr emitió un gruñido. ¿De envidia?
      Su tono no era hostil como esa tarde, y Cordelia se aventuró a preguntarle:
      — ¿Cree que Aral ya se encontrará en Hassadar? — No se atrevió a decir: «¿Cree que habrá logrado llegar vivo a Hassadar?»
      — A estas horas, habrá llegado y se habrá ido ya. — Pensé que la convertiría en su guarnición. — La levantará y hará que se disperse en cien direcciones distintas. ¿Y qué escuadrón tendrá el emperador? Vordarian no lo sabrá. Pero con un poco de suerte, se sentirá tentado de ocupar Hassadar.
      — ¿Suerte?
      — De ese modo lograremos distraerlo. Hassadar no tiene ningún valor estratégico. Pero Vordarian debe contar con un número limitado de tropas leales, y tendrá que disponer de una buena parte para ocupar esa ciudad emplazada en un territorio hostil, con una larga tradición de guerrillas. Dispondremos de buena información sobre todo lo que hagan allí, y la población no se les unirá.
      «Además, se trata de mi capital. Si ocupa el distrito de un conde con tropas imperiales… los demás condes deberán detenerse a pensarlo. Cualquiera podría ser el siguiente. Es probable que Aral haya ido a la base de lanzamiento Tanery. Debe establecer una línea de comunicación independiente con las fuerzas con base en el espacio, si Vordarian ha destruido las del cuartel general imperial. En las bases espaciales las lealtades estarán divididas. Creo que habrá muchas dificultades técnicas en sus salas de comunicaciones, mientras los comandantes de las naves tratan de adivinar cuál será el bando ganador. — Piotr emitió una risita macabra, en las sombras -. Vordarian es demasiado joven para recordar la Guerra de Yuri el Loco. Peor para él. Ya ha conseguido bastante ventaja con su ataque por sorpresa, no quisiera otorgarle más.
      — ¿Ocurrió muy rápido?
      — Sí, mucho. No había ningún indicio de ello cuando estuve en la capital al mediodía. Debió de iniciarse justo después de mi partida.
      Permanecieron en un frío silencio unos momentos, mientras los dos recordaban por qué Piotr había viajado ese día.
      — ¿La capital… tiene un… un gran valor estratégico? — preguntó Cordelia, cambiando de tema. No quería volver a hablar de aquel tema que le resultaba tan doloroso.
      — En determinadas guerras, sí. No en ésta. No se está combatiendo por un territorio. Me pregunto si Vordarian lo comprenderá. Es una guerra por lealtades, por las mentes de los hombres. En ella los objetos materiales sólo tienen una importancia táctica pasajera. Sin embargo, Vorbarr Sultana es un centro de comunicaciones, algo muy importante. Pero además del centro, están las comunicaciones colaterales.
      Nosotros no estamos comunicados de ninguna manera, pensó Cordelia. Aquí en el bosque, bajo la lluvia.
      — Pero si Vordarian ya se ha apoderado del cuartel general imperial…
      — Si no me equivoco, en este momento sólo se ha apoderado de un gran edificio caótico. No creo que ni la cuarta parte de los hombres se encuentren en sus puestos, y la mitad de ellos deben de estar planeando algún sabotaje para beneficiar al bando que favorecen en secreto. El resto debe de haber corrido a esconderse, o estarán tratando de sacar de la ciudad a sus familias.
      — ¿Usted cree que el capitán Vorpatril se habrá alia… cree que Vordarian molestará a lord Vorpatril y su esposa?
      El embarazo de Alys estaba muy cerca del término. Cuando visitó a Cordelia en el Hospital Militar (¿sólo diez días atrás?) ya caminaba pesadamente y tenía el vientre muy abultado. El médico le había prometido que tendría un niño fuerte y hermoso. Iván, lo llamarían. Su habitación ya estaba completamente equipada y decorada, le había contado Alys con un gemido, acomodándose el vientre sobre la falda, y ahora sería un buen momento…
      Ahora ya no era un buen momento.
      — Padma Vorpatril encabezará la lista. Sin duda habrán ido a buscarlo. Él y Aral son los únicos descendientes que quedan del príncipe Xav, y si alguien es lo bastante estúpido para volver a iniciar ese maldito debate por la herencia… O si algo le ocurre a Gregor. — Piotr apretó los dientes como si de ese modo pudiese controlar el destino.
      — ¿Lady Vorpatril y el bebé también?
      — Tal vez no Alys Vorpatril. Pero el niño sí, sin duda.
      No eran exactamente dos cuestiones separadas, de momento.
      Al fin el viento amainó. Cordelia oía cómo pastaban los caballos.
      — ¿Los caballos no aparecerán en los sensores térmicos? Y nosotros también, a pesar de habernos despojado de nuestras cargas de energía. No imagino cómo podrían tardar tanto en descubrirnos. — ¿Las tropas se encontrarían allá arriba en ese momento, como ojos entre las nubes?

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