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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 20)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Sí, pero éste es el sótano de las caballerizas viejas, viejas. No las de Dorca, sino las de su tío abuelo. Tenía más de trescientos caballos. Se quemaron en un incendio espectacular hace unos doscientos años y en lugar de reconstruir las caballerizas en el mismo lugar, derribaron lo que quedaba y levantaron las que ahora se conocen como viejas en el sector este, contra el viento. En tiempos de Dorca fueron convertidas en viviendas para oficiales. Allí es donde se encuentran ahora la mayoría de los rehenes. — Drou marchó con pasos firmes y seguros -. Estamos al norte de la Residencia, bajo los jardines diseñados por Ezar. Al parecer, él encontró este antiguo sótano hace treinta años y junto con Negri ocultaron el pasaje. Una vía de escape que ni siquiera conocían sus propios hombres de seguridad. Parece de fiar, ¿no?
      — Gracias, Ezar — murmuró Cordelia con ironía.
      — Aunque el verdadero riesgo comienza al abandonar el pasaje de Ezar — comentó la joven.
      Sí, todavía podían emprender la retirada, volver sobre sus pasos y olvidar el proyecto.
      ¿Por qué estas personas me han otorgado el derecho a poner en juego sus vidas? Dios, odio estar al mando. Algo se escabulló entre las sombras, y en alguna parte goteó el agua.
      — Por aquí — dijo Droushnakovi, iluminando una pila de cajas -. Las reservas secretas de Ezar. Ropas, armas, dinero… el capitán Negri me hizo añadir prendas de mujer y de niño el año pasado, cuando se produjo la invasión de Escobar. Estaba preparado por si se presentaban problemas, pero los disturbios no llegaron hasta aquí. Mis ropas no le quedarán muy grandes.
      Se quitaron sus prendas cubiertas de fango. Droushnakovi extrajo unos vestidos limpios, de los que usaban las criadas de más categoría en la Residencia; la joven los había llevado cuando cumplía esas funciones. Bothari extrajo su uniforme negro del bolso y se lo puso, añadiéndole las insignias de Seguridad Imperial. Desde lejos parecía un guardia como cualquier otro, aunque sus prendas estaban demasiado ajadas para pasar una inspección más de cerca.
      Tal como Drou había prometido, había toda una colección de armas cargadas en cajas selladas. Cordelia cogió un aturdidor, y Drou la imitó. Sus ojos se encontraron.
      — Nada de vacilaciones esta vez, ¿eh? — murmuró Cordelia. Drou asintió con la cabeza. Bothari cogió una de cada: aturdidor, disruptor nervioso y arco de plasma.
      — No puede disparar eso en el interior — objetó Droushnakovi, observando el arco de plasma.
      — Nunca se sabe — respondió Bothari.
      Después de pensarlo unos momentos, Cordelia se ató el bastón de estoque a la cintura. No se trataba de una verdadera arma, pero había resultado muy útil durante el viaje. Para la buena, suerte. Entonces, de las profundidades del bolso, extrajo lo que según ella era el arma más potente de todas.
      — ¿Un zapato? — preguntó Droushnakovi, confundida.
      — Pertenece a Gregor. Es para cuando nos encontremos con Kareen. No sé por qué, imagino que ella conserva el otro. — Cordelia lo guardó en un bolsillo interno de su chaquetilla Vorbarra, con la cual completaba la imagen de una criada de la Residencia.
      Cuando se hubieron preparado lo mejor posible, Drou volvió a conducirlos hacia el pasaje estrecho y oscuro.
      — Ahora estamos bajo la misma Residencia — susurró, doblando una esquina -. Debemos subir por esta escalera entre los muros. La añadieron después, y no hay mucho espacio.
      Esto demostró ser una subestimación de la realidad. Cordelia contuvo el aliento y subió tras ella, aplastada entre los dos muros, tratando de no hacer ruido. Por supuesto, la escalera estaba hecha de madera. Le latía la cabeza por la fatiga y el flujo de adrenalina. Trató de calcular el ancho entre las dos paredes. No resultaría nada sencillo bajar la réplica uterina por allí. Se dijo con firmeza que debía pensar en forma positiva, pero aquello era positivamente cierto.
      ¿ Por qué hago esto? Podría encontrarme en base Tanery con Aral en este momento, dejando que estos barrayareses se maten entre sí todo el día, si tanto les gusta.
      Encima de ella, Drou alcanzó un pequeño saliente, apenas una tabla. Cuando Cordelia llegó arriba, la joven le dirigió una seña para que se detuviese y apagó la linterna. Entonces tocó algún mecanismo silencioso y un panel de una pared se abrió ante ellas. Por lo visto, todo se había mantenido bien engrasado hasta la muerte de Ezar.
      Ante ellas se hallaba la alcoba del viejo emperador. Habían esperado encontrarla vacía, pero no era así. La boca de Drou se abrió en una exclamación silenciosa de horror y aflicción.
      La inmensa cama de madera tallada donde Ezar había muerto no estaba vacía. Una suave luz anaranjada proyectaba sombras sobre dos figuras dormidas, con los torsos desnudos. Cordelia reconoció de inmediato el rostro plano y el bigote de Vidal Vordarian. Estaba estirado ocupando casi toda la cama, y uno de sus brazos sujetaba de forma posesiva a la princesa Kareen. Ella tenía el cabello oscuro esparcido sobre la almohada. Dormía muy acurrucada en el rincón superior de la cama, dándole la espalda, con los brazos apretados al pecho, casi a punto de caer.
      Bueno, hemos encontrado a Kareen. Pero hay un obstáculo. Cordelia se estremeció con el impulso de dispararle a Vordarian mientras dormía. Pero la descarga de energía pondría en funcionamiento las alarmas. Hasta que tuviera la réplica de Miles en sus manos, no podía correr el riesgo. Hizo señas a Drou para que volviese a cerrar el panel y se inclinó hacia Bothari, quien aguardaba debajo de ella.
      — Abajo — le dijo. Entonces volvieron a descender los cuatro pisos. Cuando estuvieron nuevamente en el túnel, Cordelia se volvió hacia la joven, quien lloraba en silencio.
      — Se ha vendido a él — susurró con la voz trémula por la pena y la repulsión.
      — Explícame qué posibilidades tiene en este momento de resistirse a su poder. Me interesaría saberlo — replicó Cordelia con frialdad -. ¿Qué esperas que haga, arrojarse por una ventana para evitar un destino peor que la muerte? Ya pasó por situaciones peores que la muerte con Serg. No creo que encuentre ninguna emoción en ellas.
      — Pero si hubiéramos llegado antes, tal vez… tal vez habríamos podido salvarla.
      — Quizá todavía podamos.
      — ¡Pero ya se ha vendido!
      — ¿La gente miente mientras duerme? — preguntó Cordelia. Ante la expresión confundida de Drou, le explicó -: No me pareció que durmiera como una amante. Más bien lo hacía como una prisionera. Prometí que trataríamos de rescatarla, y lo haremos. — Tiempo -. Pero primero iremos por Miles. Probemos la segunda salida.
      — Tendremos que atravesar más pasillos vigilados con monitores — le advirtió Droushnakovi.
      — No podemos evitarlo. Si esperamos, llegará la mañana y nos toparemos con más gente.
      — Están comenzando las tareas en la cocina — suspiró Drou -. Solía ir por allí a tomar un café con bollos.
      Qué pena, no podrían realizar una incursión para hacerse con el desayuno. La pregunta era sencilla: ¿ir o no ir? Lo que la impulsaba a continuar, ¿sería valentía o estupidez? No podía ser valentía, ya que estaba enferma de miedo, invadida por la misma náusea ácida que había sentido justo antes del combate en la guerra de Escobar. El hecho de que la sensación le resultara familiar no la ayudaba en nada.
      Si no actúo, mi hijo morirá. No tenía más remedio que hacerlo, aun sin valor.
      — Ahora — decidió Cordelia -. No habrá una ocasión mejor.
      Volvieron a subir la escalera. El segundo panel se abrió a la oficina privada del viejo emperador. Para alivio de Cordelia, estaba oscuro y en silencio, intacto desde que se limpió y cerró después de la muerte de Ezar. La consola, con todos los dispositivos de seguridad, estaba desconectada, vacía de secretos, tan muerta como su dueño. Las ventanas todavía estaban oscuras con la tardía madrugada invernal.
      Cordelia atravesó la habitación mientras el bastón de Kou le golpeaba contra el muslo. Resultaba extraño atado a su cintura. Sobre un escritorio había una gran bandeja de madera con un tazón de cerámica. Cordelia apoyó el bastón sobre la bandeja y la alzó de forma solemne, al estilo de los criados.
      Droushnakovi asintió con la cabeza.
      — Llévela entre la cintura y el pecho — le susurró -. Y mantenga la espalda recta… siempre me decían eso.
      Cordelia asintió. Cerraron el panel, enderezaron la espalda y llegaron al pasillo inferior del ala norte.
      Allí había dos criadas y un guardia de seguridad. A primera vista no llaman en absoluto la atención, ni siquiera en esos tiempos difíciles. Al ver las insignias de Bothari, un cabo que montaba guardia al pie de una escalera hizo la venia, y él le respondió del mismo modo. Casi habían desaparecido de la vista escaleras arriba cuando el joven volvió a mirar con más atención. Cordelia tuvo que controlarse para no echar a correr. Una sutil confusión: las dos mujeres no podían constituir una amenaza, ya que se encontraban bajo custodia. El cabo podía tardar unos minutos en pensar que el mismo guardia podía constituir una amenaza.
      Viraron al llegar al pasillo superior. Allí estaban. Detrás de aquella puerta, según los informes de personas leales, era donde Vordarian guardaba la réplica. Bien a la vista. Tal vez como escudo humano, ya que cualquier explosivo arrojado a las habitaciones de Vordarian también mataría al pequeño Miles. Aunque, ¿considerarían los barrayareses que su hijo era humano?
      Otro guardia se encontraba junto a la puerta. Los miró con desconfianza, posando la mano sobre su arma. Cordelia y Droushnakovi siguieron adelante sin volver la cabeza. La venia de Bothari se transformó rápidamente en un golpe de mandíbula que envió al hombre contra la pared. Bothari lo sujetó antes de que cayera. Abrieron la puerta y arrastraron al guardia al interior; el sargento ocupó su lugar en el pasillo. En silencio, Drou cerró la puerta.
      Cordelia miró a su alrededor con desesperación, buscando monitores automáticos. La habitación debía de haber sido una especie de alcoba para que los guardaespaldas durmiesen cerca de sus amos Vor, o tal vez sólo se trataba de un guardarropa grande; ni siquiera tenía una ventana a un oscuro patio interno. La réplica uterina portátil estaba sobre una mesa cubierta por un mantel, en el centro exacto de la habitación. Sus luces verdes y ámbar todavía brillaban de forma tranquilizadora. No había ninguna luz roja que indicase algún mal funcionamiento. Un suspiro de agonía y alivio escapó de entre los labios de Cordelia.
      Droushnakovi miró a su alrededor con preocupación.
      — ¿Qué ocurre, Drou? — susurró Cordelia.
      — Es demasiado fácil — murmuró la joven.
      — Aún no hemos terminado. Dentro de una hora sabremos si ha sido tan fácil. — Se humedeció los labios, invadida por una sensación similar a la de Droushnakovi. No había nada más que hacer. Debía cogerlo y partir. Ahora su única esperanza radicaba en la velocidad.
      Cordelia apoyó la bandeja sobre la mesa, se dispuso a levantar la réplica, y se detuvo. Algo fallaba, algo fallaba… Miró con más atención los registros. El monitor de oxígeno ni siquiera funcionaba. Aunque la luz verde estaba encendida, la lectura del fluido de nutriente era 00.00. Vado.
      Cordelia abrió la boca en un gemido silencioso. Tenía el corazón en un puño. Se inclinó más hacia el aparato, devorando con los ojos la confusión de cifras absurdas. De pronto, su angustiante pesadilla se volvía real… horriblemente real… ¿lo habrían tirado al suelo?, ¿por un desagüe?, ¿en un retrete? ¿Miles habría muerto rápidamente, o lo habrían visto agonizar lentamente, privado de sus nutrientes vitales? Tal vez ni siquiera se habían tomado la molestia de mirarlo…
      El número de serie. Busca el número de serie. Una esperanza vana, pero… enloquecida, se esforzó por recordar. Había reflexionado sobre ese número allá en el laboratorio de Vaagen y Henri, meditando sobre aquella muestra de tecnología y el mundo distante que la había creado… y este número no coincidía. No era la misma réplica, ¡no era la de Miles! Era una de las otras dieciséis, utilizada como cebo en esta trampa.
      El corazón le dio un vuelco. ¿Cuántas otras trampas habrían tendido? Se imaginó a sí misma, corriendo frenéticamente de una réplica a otra, buscando…
      Me volveré loca.
      No. Donde fuera que hubiesen puesto la verdadera réplica, tenía que ser cerca de Vordarian. De eso estaba segura. Se hincó junto a la mesa, bajando la cabeza un momento para luchar contra las nubes negras que oscurecían su visión y amenazaban hacerle perder el conocimiento. Alzó el mantel. Allí estaba. Un sensor de presión. ¿Habría sido idea del mismo Vordarian? Sucio y depravado. Drou se inclinó a su lado.
      — Una trampa — susurró Cordelia -. Si levantamos la réplica, se activa la alarma.
      — Si la desmontamos…
      — No. No te molestes. Es un cebo. Se trata de otra réplica. Está vacía, con los controles conectados para que parezca que está funcionando. — Cordelia trató de pensar con claridad a pesar de los latidos en su cabeza -. Tendremos que volver por donde hemos venido. Bajar y volver a subir. No había esperado encontrar a Vordarian aquí, pero te garantizo que él sabe dónde se encuentra Miles. Lo someteremos a un pequeño interrogatorio a la antigua usanza. Deberemos trabajar contra el tiempo. Cuando se ponga en funcionamiento la alarma…
      Unos pasos resonaron en el corredor, y gritos. El zumbido de un aturdidor. Maldiciones. Bothari irrumpió en la habitación.
      — Nos han descubierto.
      Cuando se ponga en funcionamiento la alarma, todo habrá terminado, concluyó la mente de Cordelia en medio del vértigo. Ninguna ventana, una puerta, y acababa de perder el control de su única salida. La trampa de Vordarian había funcionado, después de todo. Que Vidal Vordarian se pudra en el infierno…
      Droushnakovi se aferró a su aturdidor.
      — No la abandonaremos, señora. Lucharemos hasta el final.
      — Tonterías — replicó Cordelia -. Con nuestras muertes no lograríamos nada más que arrastrar a un par de hombres de Vordarian. Sería absurdo.
      — ¿Se refiere a que debemos rendirnos?
      — Un suicidio glorioso es el lujo de los irresponsables. No nos rendiremos. Aguardaremos una mejor ocasión para triunfar, opción imposible si nos matan. — Por supuesto, si hubiese sido la réplica verdadera la que estaba sobre la mesa… para entonces ya estaba lo bastante loca para sacrificar las vidas de esas personas por su hijo, reflexionó Cordelia desconsolada, pero no lo suficiente para sacrificarlos a cambio de nada. Todavía no había llegado a ser tan barrayaresa.
      — Se estará entregando a Vordarian como rehén — le advirtió Bothari.
      — Vordarian me ha tenido como rehén desde el día en que se llevó a Miles — señaló Cordelia con tristeza -. Esto no cambiará nada.
      Después de negociar a gritos a través de la puerta durante unos minutos, aceptaron la rendición y tiraron fuera sus armas. Los guardias trajeron un detector de explosivos para asegurarse, y luego cuatro de ellos entraron en la pequeña habitación para registrar a sus nuevos prisioneros. Dos más esperaron fuera. Cordelia no hizo ningún movimiento brusco que pudiese alarmarlos. Un guardia frunció el ceño confundido al ver que el bulto sospechoso en el chaleco de Cordelia resultó ser un zapato de niño. Lo dejó sobre la mesa, junto a la bandeja.
      El comandante, un hombre con la librea color rojo oscuro y dorado de Vordarian, habló por el intercomunicador.
      — Sí. Todo está en orden. Comuníquelo a Vordarian. No, él ordenó que lo despertaran. ¿Querrá explicarle usted por qué no lo hizo? Gracias.
      Los guardias no los sacaron al pasillo, sino que se limitaron a esperar. El hombre que había perdido el sentido por el puñetazo de Bothari fue arrastrado fuera. Con los brazos extendidos sobre la pared y las piernas separadas, colocaron a Cordelia junto a Bothari y Droushnakovi. Estaba aturdida por la desesperación. Pero Kareen se acercaría a ella en algún momento, aun como prisionera. Debía hacerlo. Sólo necesitaba treinta segundos con Kareen, tal vez menos.
      Cuando vea a. Kareen, serás hombre muerto, Vordarian. Podrás caminar, hablar y dictar órdenes, ignorante de tu muerte durante semanas, pero yo sellaré tu destino tal como tú has sellado el de mi hijo.
      Al fin se materializó el motivo de la espera; Vordarian en persona, con pantalones verdes y el torso desnudo, entró en la habitación. Tras él apareció la princesa Kareen, quien sujetaba una bata de terciopelo rojo contra su cuerpo. El corazón de Cordelia dobló sus latidos. ¿Ahora?
      — Muy bien. Veo que la trampa funcionó — comenzó Vordarian con tono complaciente, pero agregó una exclamación de sorpresa cuando Cordelia se apartó de la pared y se volvió para enfrentarlo. Él alzó una mano para detener al guardia. La sorpresa dejó paso a una sonrisa de lobo en su rostro -. ¡Dios mío! ¡Vaya si funcionó! ¡Excelente! — A sus espaldas, Kareen miró a Cordelia, completamente perpleja.
      Mi trampa funcionó, pensó Cordelia. Obsérvame…
      — De eso se trata, señor — dijo el hombre de librea, en absoluto satisfecho -. No funcionó. No descubrimos a este grupo fuera de la Residencia ni le despejamos el camino… simplemente aparecieron de la nada. No debió haber ocurrido. Si no hubiera venido aquí buscando a Rogen, tal vez no los habríamos descubierto.
      Vordarian se alzó de hombros. Estaba demasiado encantado con la presa que acababa de atrapar como para emitir alguna palabra de censura.
      — Interrogad a esa niña con pentotal — dijo señalando a Droushnakovi -, y supongo que averiguaréis cómo lo hicieron. Ella trabajaba en seguridad aquí.
      Droushnakovi se volvió con una mirada acusadora hacia la princesa Kareen. De forma inconsciente, ésta se apretó aún más la bata y sus ojos oscuros la miraron con el mismo dolor interrogante.
      — Bien — dijo Vordarian sin dejar de sonreír a Cordelia -, ¿lord Vorkosigan se encuentra tan limitado de tropas que debe enviar a su esposa para que haga el trabajo? No podemos perder. — Sonrió a sus guardias, quienes le devolvieron la sonrisa.
      Mierda, me arrepiento de no haber matado a este mamón mientras dormía.
      — ¿Qué ha hecho con mi hijo, Vordarian?
      — Una mujerzuela de otro planeta nunca logrará el control de Barrayar tramando otorgar el imperio a un mutante. Eso lo puedo garantizar.
      — ¿Ésa es la versión oficial? Yo no quiero poder. Sólo me quejo cuando los idiotas lo tienen sobre mí.
      A espaldas de Vordarian, los labios de Kareen se curvaron con tristeza.
      ¡Sí, escúchame Kareen!
      — ¿Dónde está mi hijo, Vordarian? — repitió Cordelia con obstinación.
      — Es el emperador Vidal ahora — observó Kareen, mirando a uno y a otro -, si logra conservar el título.
      — Lo haré — le prometió Vordarian -. Aral Vorkosigan no tiene más derechos de linaje que yo. Y yo sí sabré proteger y preservar al verdadero Barrayar, no fallare como los de su partido. — Volvió un poco la cabeza, como dirigiendo esta última frase a Kareen.
      — Nosotros no hemos fallado — susurró Cordelia, mirando a Kareen a los ojos. Ahora. Alzó el zapato de la mesa y extendió el brazo; la princesa abrió los ojos de par en par y se abalanzó sobre la prenda. La mano de Cordelia se contrajo, como un mensajero entregando el testigo en una mortal carrera de relevos. La certidumbre ardió como un fuego en su alma. Ahora, te tengo, Vordarian. El movimiento repentino despertó cierta inquietud entre los guardias armados. Kareen examinó el zapato con apasionada intensidad, haciéndolo girar entre sus manos. Vordarian alzó las cejas confundido, pero entonces se volvió hacia su jefe de guardia.
      — Mantendremos a estos tres prisioneros en la Residencia. Yo asistiré personalmente a los interrogatorios. Se trata de una oportunidad espectacular…
      Cuando Kareen volvió a levantar el rostro hacia Cordelia, sus ojos estaban llenos de esperanza.
      Sí, pensó Cordelia. Has sido traicionada. Te han mentido. Tu hijo vive. Ahora debes volver a pensar y a sentir; basta de andar por ahí como un alma en pena, más allá del dolor. Lo que te he traído no es ningún obsequio. Es una maldición.
      — Kareen — dijo Cordelia con suavidad -. ¿Dónde está mi hijo?
      — La réplica se encuentra sobre un estante en el guardarropa de roble, en la antigua alcoba del emperador — respondió Kareen con firmeza, mirándola a los ojos -. ¿Dónde está el mío?
      El corazón de Cordelia se llenó de gratitud.
      — Se encontraba a salvo y bien, cuando lo vi por última vez. Y seguirá así mientras este hombre — movió la cabeza hacia Vordarian — no descubra dónde está. Gregor la echa de menos. Le envía su amor. — Sus palabras parecieron clavarse en el cuerpo de Kareen.
      Esto atrajo la atención de Vordarian.
      — Gregor está en el fondo de un lago. Murió cuando su aeronave cayó con ese traidor de Negri — replicó con dureza -. La mentira más insidiosa es aquella que quieres escuchar. Ten cuidado, mi querida Kareen. Yo no pude salvarlo, pero lo vengaré. Te lo juro.
      Oh, espera Kareen. Cordelia se mordió el labio. Aquí no. Es demasiado peligroso. Espera a tener una ocasión mejor. Cuando el maldito esté dormido, al menos… Pero si ni siquiera una betanesa se atrevía a dispararle a su enemigo mientras dormía, ¿cuánto menos una Vor? Ella es una verdadera Vor…
      Los labios de Kareen se curvaron con una sonrisa. Tenía los ojos brillantes.
      — Esto nunca ha estado sumergido — observó con suavidad.
      Cordelia escuchó el tono asesino latente en su voz; al parecer, Vordarian sólo escuchó cierto alivio aniñado. Miró el zapato sin comprender el mensaje, y sacudió la cabeza como si tratara de aclarársela.
      — Algún día tendrás otro hijo — le prometió con suavidad -. Nuestro hijo.
      Espera, espera, espera, gritó Cordelia interiormente.
      — No — susurró Kareen. Retrocedió hasta el guardia de la puerta, le arrancó el disruptor nervioso de la funda, lo apuntó a Vordarian y disparó.
      El guardia alcanzó a desviarle la mano, y el disparo fue a dar contra el techo. Vordarian corrió a protegerse detrás de la mesa, el único mueble de la habitación. Por puro reflejo, el hombre de librea extrajo su disruptor nervioso y disparó. El rostro de Kareen se contorsionó de agonía mientras un fuego azul envolvía su cabeza: su boca se abrió en un último grito silencioso.
      Espera, seguía gimiendo la mente de Cordelia.
      — ¡No! — gritó Vordarian horrorizado, arrancando el arma de las manos de otro guardia. Al comprender la enormidad de su error, el hombre de librea soltó su disruptor como si le quemase. Vordarian le disparó.
      Cordelia sintió que la habitación se inclinaba. Su mano se cerró sobre la empuñadura del bastón de estoque y la funda salió volando para dar contra la cabeza de un hombre. Entonces descargó la espada sobre la muñeca de Vordarian. Él gritó y dejó caer el disruptor nervioso, bañado en sangre. Droushnakovi ya se estaba abalanzando sobre un arma caída. Bothari se desembarazó de su blanco con un simple golpe mortal en el cuello. Cordelia cerró la puerta para impedir el paso de los otros guardias. La descarga de un aturdidor zumbó contra una pared, y entonces tres rayos azules, disparados por Droushnakovi en rápida sucesión, acabaron con el último de los hombres de Vordarian.
      — Captúrelo — le gritó Cordelia a Bothari. Vordarian, quien temblaba mientras se sujetaba la mano derecha, casi separada del brazo, no estaba en condiciones de resistirse, aunque de todos modos pateó y gritó. Su sangre tenía el mismo color que la bata de Kareen. Bothari lo sujetó por el cuello con firmeza, y apuntó el disruptor a su sien.
      — Salgamos de aquí — dijo Cordelia, y abrió la puerta de un puntapié -. A la alcoba del emperador. — A Miles. Los otros guardias de Vordarian, preparados para disparar, se detuvieron al ver a su líder.
      — ¡Atrás! — rugió Bothari, y todos se apartaron de la puerta. Cordelia cogió a Droushnakovi del brazo, y juntas pasaron sobre el cuerpo de Kareen. Sus miembros de marfil yacían enredados en la tela roja, hermosas formas abstractas incluso en la muerte. Utilizando a Bothari y a Vordarian como escudo, las mujeres retrocedieron por el pasillo.
      — Coja mi arco de plasma y comience a disparar — bramó Bothari a Cordelia. Sí; Bothari había logrado recuperarlo en algún momento de la pelea.
      — No puede incendiar la Residencia — exclamó Drou, horrorizada.
      Esa ala sola ya albergaba una fortuna en antigüedades y objetos históricos barrayareses, sin duda. Cordelia esbozó una amplia sonrisa, se apoderó del arma y disparó en el pasillo. Los muebles de madera y los antiguos tapices se encendieron apenas fueron rozados por el fuego.
      Te quemaré. Te quemaré por Kareen. Haré una pira en ofrenda a su coraje y su dolor, una pira que arderá más y más alto… Cuando llegaron a la alcoba del emperador, Cordelia completó el cuadro lanzando una descarga por el pasillo que acababa de atravesar. Esto es por lo que me habéis hecho a mí, y a mi hijo… Las llamas detendrían a sus perseguidores unos cuantos minutos. Cordelia sintió que su cuerpo flotaba, ligero como el aire. ¿Así se sentirá Bothari cuando mata?
      Droushnakovi se dirigió al panel que ocultaba la escalera secreta. Ahora maniobraba con firmeza, como si sus manos pertenecieran a otro cuerpo, y no a aquel cuyo rostro estaba bañado en lágrimas. Cordelia dejó caer la espada sobre la cama y corrió hacia el enorme ropero de roble tallado. Una vez allí abrió las puertas de par en par. Unas luces verdes y ámbar brillaban en la oscuridad del interior.
      Dios, no permitas que sea otro cebo… Cordelia rodeó la caja con los brazos y la alzó a la luz. Esta vez tenía el peso correcto, lleno de fluidos; las cifras eran las indicadas. Era el que buscaba.
      Gracias, Kareen. Yo no quería matarte. Seguramente había enloquecido. No sentía nada, ni pena ni remordimiento, aunque el corazón le latía a toda velocidad y tenía la respiración entrecortada. Era la violencia del combate, esa ilusión de inmortalidad que impulsaba a empuñar ametralladoras. Así que esto era lo que buscaban los adictos a la guerra.
      Vordarian todavía luchaba contra Bothari, profiriendo horribles maldiciones.
      — ¡No escaparéis! — Dejó de resistirse y miró a los ojos de Cordelia. Inspiró profundamente -. Piense, señora Vorkosigan. Nunca lo logrará. Me necesita a mí como escudo, pero no podrá llevarme inconsciente. Despierto, me resistiré cada metro del camino. Mis hombres estarán aguardando allá afuera. — Volvió la cabeza hacia la ventana -. Nos dormirán a todos con los aturdidores y la tomarán prisionera.
      Su voz se hizo más persuasiva.
      — Ríndase ahora y salvará las vidas de todos. La vida de esa cosa también, ya que significa tanto para usted.
      Movió la cabeza en dirección a la réplica que ella llevaba en sus brazos. Cordelia estaba más pesada que Alys Vorpatril en ese momento.
      — Yo nunca le ordené a ese tonto de Vorhalas que matase al heredero Vorkosigan — — continuó Vordarian con desesperación ante su silencio. La sangre manaba rápidamente entre sus dedos -. Sólo el padre, con sus fatales políticas progresistas, constituía una amenaza para Barrayar. El hijo podía haber heredado el título de conde con mi bendición. Piotr no debió separarse del partido al que verdaderamente pertenece. Fue un crimen que lord Aral le obligara a hacerlo…
      Así que eras tú. Desde el principio. La pérdida de sangre convertía en una parodia la habitual labia política de Vordarian. Parecía pensar que hablando lograría evitar el castigo, que sólo debía encontrar las palabras adecuadas. Cordelia dudaba mucho de que lo lograse. Vordarian no era un malvado tan evidente como había sido Vorrutyer, ni tampoco había alcanzado la corrupción personal de Serg; sin embargo, la maldad manaba de él de todos modos, no de sus vicios sino de sus virtudes: la valentía de sus convicciones conservadoras y su pasión por Kareen. A Cordelia le dolía terriblemente la cabeza.
      — Nunca llegamos a probar que usted se encontraba detrás de Evon Vorhalas — dijo Cordelia con suavidad -. Gracias por la información.
      Eso lo silenció por unos momentos. Inquieto, dirigió la mirada hacia la puerta, que debía estar a punto de estallar, recalentada por el infierno que ardía al otro lado.
      — Muerto no le serviré como rehén — dijo, enderezando la espalda con dignidad.
      — Usted no me servirá de ninguna manera, emperador Vidal — le respondió Cordelia -. Ya han muerto al menos cinco mil personas en esta guerra. Ahora que Kareen no está, ¿hasta cuándo continuará luchando?
      — Eternamente — gruñó él -. La vengaré a ella… los vengaré a todos…
      Respuesta equivocada, pensó Cordelia con curiosa tristeza.
      — Bothari — llamó, y él estuvo a su lado de inmediato -. Recoja esa espada. — Él obedeció. Cordelia dejó la réplica en el suelo y posó una mano sobre la suya, la que sujetaba la espada -. Bothari, ejecute a este hombre por mí, por favor. — Su propia voz le sonó extrañamente tranquila, como si le hubiese pedido que le pasase la mantequilla. El asesinato no requería histerias.
      — Sí, señora — dijo Bothari, y alzó la hoja. Sus ojos brillaron de placer.
      — ¿Qué? — aulló Vordarian, perplejo -. ¡Es una betanesa! ¡Nopuede…!
      Como un relámpago, el filo de la espada segó sus palabras, su cabeza y su vida. A pesar de los últimos chorros de sangre que brotaron de su cuello cercenado, fue un trabajo verdaderamente limpio. Vorkosigan debía haber solicitado los servicios de Bothari para ejecutar a Cari Vorhalas. Toda la fuerza de su torso, combinada con ese acero extraordinario… Cordelia volvió a la realidad cuando Bothari cayó de rodillas junto al cuerpo, soltando la espada para apretarse la cabeza. Estaba gritando. Era como si el grito final de Vordarian hubiese salido por la boca de Bothari.
      Ella se derrumbó a su lado. De pronto volvía a sentir el miedo que había estado conteniendo desde que Kareen arrebató ese disruptor nervioso, desatando el caos. Evidentemente, movido por un estímulo similar, Bothari estaba recordando lo prohibido, aquello que el alto mando barrayarés había decretado que debía olvidar. Cordelia se maldijo por no haber previsto esa eventualidad. ¿Llegaría al extremo de matarlo?

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